"Blanca Cheves"
Un ejercicio de ocio.
No importa que haga frío o calor (0° ó 40°), de diseño de autor (anónimo), la clásica mecedora de varilla y metal desplegado está lista para calentar o enfriar la retaguardia. Símbolo industrial del mueble moderno en Monterrey, ZM y otros sitios del estado, fue durante años una de las sucesoras de la mecedora artesanal de madera y palmito, y otras clásicas de la extinta Fábrica de Muebles “La Malinche”. A falta de un nombre específico –y según su color y funcionalidad– me atrevía designarla “Blanca Cheves”.
Blanca Cheves es discreta, de bajo perfil, serena, pero firme. Presta para acoger al que regresa del negocio o de la chamba. Espera paciente sobre el piso de cocheras –sin carros– donde ha trazado dibujos caprichosos, pues no es fácil cargarla. Hay que arrastrarla (como al cansancio). Posa también en terrazas, patios y azoteas; y hasta en la banqueta, encadenada. De formas simples y economía en el diseño al igual en la manufactura: es de fierro (±) 6mt. de redondo de 3/8”, 4mt. de solera de 3/4” x 1/8”, .5 mt2 de lámina desplegada. Algunos dobleces y curvados en frío; dos o tres temblorosos puntos –o nodos– de soldadura que le dan un carácter informal, agreste, poco refinado para los principios del buen design; nodos que, al fin, la creatividad colectiva ha ensamblado. El acabado: pintura blanca de aceite. Por cierto, inmaculada, inocente, blanca como la nieve. La mecedora parece esquiar sobre sus propios arcos a toda velocidad (imaginar diferente no es posible ante los calorones de Monterrey). Inocente porque parece ser de los primeros muebles “modernos” en la región. Estéril pues el blanco no es emocionante y, en realidad, el tono de la Blanca Cheves es simplemente blanco “carnicería”, ¿crudo no…? Pero su blancura y sencillez revelan la incipiente ola de minimalismo en la región.
La Blanca Cheves no parece tener exclusividad de fabricación ni certificación ISO. Se desconoce su origen (al menos, no lo he descubierto), es aún algo no “decodificado”, pero cualquier “maistro” soldador te la hace. Entre los herreros existe solo en un imaginario técnico más o menos establecido sobre su forma, y curiosamente, todas las mecedoras de su tipo parecen ser exactamente iguales entre sí. Prefiero pensar que su diseño no es anónimo (aunque a alguien no famoso se le haya ocurrido en algún momento de ocio), y que su autor es el ingenio del colectivo local; toda esa gente dedicada y entregada al trabajo duro de la industria y a las industrias de otros –los no jodidos– aptos para la comodidad de una Eames, una Albini, una Aalto u otra de autor. Porque en realidad el buen ocio tiene un precio muy caro. Una mecedora modesta no ha logrado balancear las desigualdades sociales en cualquier lugar del mundo, tampoco aquí; como tampoco ha logrado estar en las ferias internacionales de diseño o, al menos Ser -un producto- totalmente Palacio.
En esto se esconde la importancia del estudio de este popular mueble y de otros tantos objetos de lo local. Hay que mirar hacia adentro para descubrir y producir, y no depender del asiático container cargado de clones y que somete al diseño, a la industria y al mercado del mueble nacionales (el mueble, por cierto, producto de un oficio milenario).
En tanto, estudiarla, si bien no la legitima; la dignifica. Muy utilitaria y resistente (su porta botella fue toda una innovación en su momento). Desde la óptica de Rams, la Blanca Cheves quizá cumpla con varios de los principios del “buen diseño”: honestidad, funcionalidad, su sencillez estética y constructiva... y, dado que el bioma donde nos ubicamos no permite elegir más materiales, lo recurrente es el fierro (acertado). En cambio, desde la filosofía de diseño flusseriana la Blanca Cheves quizás resulte una trapaza, pues “nuestra” mecedora –a pesar de sus bondades– es llana, corriente y engañosamente cómoda. Una persona, cualquier usuario necesita mejor confort para el verdadero ocio, para el descanso.
¿De qué modo podría decepcionarnos la Blanca Cheves? A pesar de su blancura y sus curvas, es limitada. En el compartimento porta bebidas sólo puedes colocar una cerveza o un refresco embotellado (curiosamente las dos bebidas más recurrentes entre nuestra cultura), productos principales de los emporios industriales de la región: Carta y Coca. Pero una taza de café, té, chocolate, un vaso de leche o un mate imposible; el balanceo los derrama. Tampoco hay un porta libro. Ahí no cabe un Villoro o un Baudrillard, no así un magazín del corazón o el Extra que, bien enrollados, los metes al porta cheve. Un buen mueble ha de otorgar más prestaciones y ser más democrático.
¿Cómo se organiza el cuerpo y las sensaciones en esta mecedora? Simple: el trasero sobre el asiento, la espalda sobre el respaldo, los brazos derecho e izquierdo respectivamente sobre los apoya brazos bien extendidos y acomodados; al lado derecho corresponde el porta botella; las piernas, igual. Los pies, directo al piso, o bien, subidos en la punta de los arcos de la mecedora.
Balancearse hacia atrás y hacia delante, bien tomado con los dedos en el borde del apoya brazos… ¡qué sensación!; como un niño en el columpio. En tal caso, no tener una mecedora en casa ¿significa haber perdido el espíritu infantil completamente? Balancearse, buscar el vértigo, recordar el viento en el parque, ver las nubes/ver el suelo. Mecerse y dejar correr el tiempo, imaginar cosas, o nada, solo ociar.
El porta botella es muy cómodo: a la mano, inmediato, totalmente ergonómico. Fantasear y sentirse ingrávido como “estar dentro de la Soyuz”, ajustadito y con todo bajo control. Ser todo un “mecenauta”. Adelante–atrás iterativamente, lo pulmones se mecen y rebotan, inhalar-exhalar, cada vez con más relajación. La experiencia va y en retrospectiva.
Dejamos el columpio y la Soyuz. La sensación es ahora: “bebé sobre el regazo de mamá” –y la cheve se convierte en biberón–. Más tarde, el regazo se convierte en el vientre materno y parece sentirse el líquido amniótico… No, no, es que te derramaste la cheve encima. Hora de regresar a la realidad.
Ricardo León M.