“Telarañas teleféricas”
La experiencia estética de subir para bajar –y atrapar
Silencio…algo trabaja, nada se escucha. La exótica criatura construye desde su propia secreción un tejido especialmente atractivo: una fina pieza de diseño e ingeniería, estética y mecánicamente increíbles. Una red para desplazarse, pero también para atrapar. Y si el sonido (si es que lo hay) de la araña tejiendo su tela se pudiera amplificar probablemente sonaría a un ritmo de 5/4, como “Take Five”, sofisticada y seductora, depredadora.
Igual de sofisticada y seductora, se teje (al menos simbólicamente) desde hace pocos años una especie de red de teleféricos en distintas ciudades de México; la intención: atraer el turismo, servir de transporte a la comunidad, y quizás “algo” más…
¿Por qué el teleférico? Lo especial del teleférico radica en su capacidad de suspensión y desplazamiento sobre un cable; en superar las elevaciones en zonas de montaña a menudo boscosas y/o nevadas. Los teleféricos llevan cosas o personas a distancia, montan sus postes a intervalos prudentes y cuelgan sus cabinas sobre un cable con la tensión suficiente para no colapsar, pero sí resistir el peso del pasajero (o de la presa). Además, es útil en zonas urbanas con sobrepoblación y difícil flujo vehicular. Indudablemente los teleféricos tienen la magia de la biónica –como las arañas y sus telas– cualidades estético-mecánicas insuperables que desafían la gravedad, la distancia, el peso y el viento. Los teleféricos hoy de alta tecnología, han pasado su manufactura por la madera, el acero, el vidrio, el aluminio hasta llegar a los policarbonatos y la fibra de carbono y son concebidos a través de los mejores softwares; se fabrican ipso facto para llevarse a cualquier rincón del mundo. Y ahí van las góndolas…como arañitas, deslizándose sobre un cable de acero más pesado que la seda; apenas se ven a la distancia.
La estética: las estaciones del teleférico, como sacadas de un film de ficción, de formas hibridas e ilegible mezcla de barco–anfibio, VW Beetle y pizza Calzone, poseen superficies tersas, brillantes o satinadas que nada tienen de lo escarpado de una montaña. La construcción: todo a base de acero “inolvidable” o aluminio, de materiales composites color grafito o blanco contrastantes a los vidrios polarizados que rinden vistas panorámicas excelsas. Las estructuras soportantes, las columnas, son piezas de diseño cada vez más minimalista (porque "menos es más” barato producir). Son siempre ajenas al entorno natural, siempre visualmente contaminantes e intrusas; más parecidas a un Apolo 11 sin gráficos, pero muy bien ancladas a la tierra. Los cables que suspenden las góndolas son mucho más gruesos que un hilo de seda, pero a la distancia, casi tan imperceptibles como la telaraña. Son “pegajosos” y mantienen al usuario en un círculo vicioso, en la iteración de subir para bajar indefinidamente. La cabina ha de tener ya el genoma del automóvil deportivo, aunque vaya a 5 mts. por segundo. No puede faltar el aire acondicionado e igualmente utiliza materiales de última generación, colores de alta saturación; dinámicos, atractivos como los de ciertas arañas. Existe cualquier cantidad de formas: desde la más cúbica hasta la más aerodinámica y mejor aún, cuando las cabinas son giratorias pues se incrementa la experiencia flotante; una vista a 360° sin mayores esfuerzos para girar el cuello. Las puertas automatizadas de la cabina se abren y cierran a tus pies acompañadas de un simple siseo. Se entra en otra dimensión. El interior: alfombra o piso de goma antiderrapante según el contexto, además, acero inoxidable. Pero si de telesilla se trata, lo más cercano a nuestra cultura serían las sillitas voladoras de las Ferias populares, en las que llevas los pies colgando. Aunque en la zona euro, en el mercado del deporte o turismo invernal la telesilla ofrece la experiencia de “casi como estar sentado en la banca del Real Madrid” pero volando sobre la montaña. El teleférico invernal pues es todo sofisticación, en la montaña nada se imita de lo natural; está prohibido. Somos presas.
Retrocediendo. Hace ciento dos años, a la par de La Gran Guerra el teleférico nació en Berna (Suiza), aunque México vio su primer teleférico en 1979 en Zacatecas. Y no hay que confundir entre un teleférico y un funicular, porque éste último sí que tiene mayor antigüedad en México y fueron muy utilizados especialmente en la minería. Sin embargo, no descartemos a Guanajuato la cual ha sido de las primeras en sostener este medio de transporte en el plano turístico.
La secreción de hilos en México. En los últimos cinco años se gesta una curiosa red de teleféricos: 2010 Chihuahua y Durango capital; 2013 Orizaba, Ver. y Ecatepec, Edo. de Méx., 2016 el hasta hace poco embrionario teleférico de Torreón, Coahuila hoy ya en operaciones (todos estados priistas). ¿A cuánto da el metro, oiga? Los costos: 250 mdp por 2.8km.; 90 mdp por .75 km.; 59.8 mdp por .78 km.; 1,228 mdp por 4.8 km.; y 1.4 km por 160 mdp, respectivamente. Así, Coahuila es atrapado por la “telefericomanía”. En breve: el mantenimiento del teleférico de Zacatecas. Toda acción tiene una reacción. La ciudad de Puebla tejió su teleférico solo por 359.2 mdp con .688 km; la Angelópolis simboliza ahora su leyenda con una experiencia de “altura”, celestial. En total actualmente cerca de 3 mil mdp se mueven en los teleféricos de México, y aunque el teleférico pueda representar un signo de cierto "estatus", una experiencia cinestésica y —no estoy seguro si estética—, también puede reducírselo a objeto puramente utilitario. De ahí que la primera significación parece tratar de adecuarse forzadamente al proyecto teleférico de Torreón y quedar fuera de proporción para, ni explotarse como turismo, ni como medio de transporte pues Torreón no es Engelberg (Monte del Ángel) ni es Guanajuato (en el cerro de la rana). El semidesierto tiene otra forma de belleza per se sublime; silenciosa y profunda, con prioridades y necesidades distintas. Que un teleférico aporte cosas positivas en lo simbólico a una sociedad lastimada, es posible siempre que llegue puntual y no en un momento inoportuno. Sin embargo ¿por qué tal secreción de teleféricos?, ¿qué se ha descubierto en el hilo negro?, ¿qué, o a quién pretenden atrapar las “telarañas teleféricas”? ...quizá solo es el capricho de la experiencia estética de subir y para bajar, y atrapar.
La Experiencia estética de subir para bajar, y atrapar. El teleférico resuelve primordialmente una necesidad de ascenso, llegar a un punto determinado. Por ejemplo, para quien práctica esquí en nieve primero ha de subir a un punto alto para ejercer el descenso a buena velocidad; esquiar entonces implica la experiencia del descenso, de dejarse caer y sentir el vértigo que desata la adrenalina. Entonces, bajar forzosamente implica subir porque bajar, es la única forma de sentir que verdaderamente se vuela ya que saltar no permite superar la gravedad por mucho, lo cual genera impotencia. Así, subir a un avión para lanzarse en paracaídas…subir en teleférico para luego poder esquiar de bajada…subir la escalera para deslizarse en un tobogán o el pasamanos; subir al viejo ropero para saltar a la cama…subir la pendiente de una calle para lanzarse en un carrito de baleros (de los que ya no se hacen) … todas estas se convierten en experiencias extremas o qué, ¿nunca terminaste con las rodillas raspadas o con un chipote como el de Schumacher? Bajar contiene un cierto grado de violencia. Por otro lado, antes que bajar; subir. En teleférico subir es una experiencia mayormente visual e insonora porque no hay mucho que hacer ni escuchar: contemplar el paisaje, tomarse la selfie, sujetarse del pasamanos, respirar, ir sentado o matar una arañita en el rincón del asiento; todo esto la convierte en experiencia un tanto insensible, quizá algo insípida por lo tanto aburrida pues es excesivamente “facilitadora”, no exige algo más de no sotros mismos y solo juega un papel de medio. Es como una silla de espera a las emociones fuertes, no exige esfuerzo físico mayor que dar un paso para abordar la cabina y solo mirar mientras se asciende. Entonces el ascenso por teleférico se convierte en un instante de ocio y, el objeto mismo en “ornamento”; inutilidad donde encontramos por demás una experiencia kitsch. Otra cosa sería si se diera la oportunidad para el amor (siempre que no se tengan compañías ajenas), mientras tanto la experiencia ascendente es solo estética y casi estática.
En el medio de los extremos, entre el vértigo del descenso y lo insípido del ascenso, está la sensación del propio esfuerzo, de usar el cuerpo. Sudar. No es lo mismo el alpinismo que la telesilla, o el “banquillo del Real Madrid”. No es lo mismo subir Chipinque pedaleando que subir en una Harley; ni trepar a un árbol para leer entre sus hojas; ni subir la escalera del tobogán y que al lanzarte de nalgas te premia con una buena despeinada y una quemazón…la vida es aburrida si sufres de acrofobia y también aracnofobia. Ahora a escuchar “Take Five” viendo a la araña tejiendo.
Ricardo León